martes, 3 de septiembre de 2013


Los árboles adaptan su crecimiento al cambio climático

Los anillos de crecimiento del tronco reflejan variaciones en el entorno

JOAN CARLES AMBROJO 15 JUL 2009

Los árboles tienen una clara adaptación al cambio climático, según pone de manifiesto un estudio de la Universidad de Barcelona publicado en la revista Climatic Change. El trabajo, elaborado por Octavi Planells y Emilia Gutiérrez, directora del Grupo de Dendroecología del Departamento de Ecología de la Universidad de Barcelona (UB), junto con investigadores del Deutsches GeoForschungszentrum, en Potsdam (Alemania), apunta al hecho que unas condiciones ambientales limitadoras pueden forzar la sincronización del crecimiento de los árboles con el clima y entre éstos.

Las conclusiones de esta investigación no sólo tienen implicaciones ecológicas, "sino que también tienen repercusiones de cara a la dendroclimatologia, al demostrar que las condiciones ambientales que favorecen el crecimiento de los árboles no son siempre las mismas, no son constantes". El estudio muestra una posible fuente de error que se debería tener en cuenta para reconstruir climas pasados, "ya que es posible que los anillos de aquellas épocas no reflejen las mismas condiciones ambientales favorables para el crecimiento de los árboles en la actualidad", afirma Planelles, investigador del departamento de Ecología de la UB.

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El estudio se ha realizado con ejemplares de entre 120 y 300 años de pino negro y pino rojo de dos bosques próximos entre sí, en Tejeros y Vinuesa (ambos en Soria). Los investigadores estudiaron tres tipos de variables de los anillos de crecimiento (el grosor y las medidas isotópicas de carbono y oxígeno estables). El trabajo ha demostrado que existen diferencias entre la información que aporta cada una de las variables, de forma que el uso de isótopos estables puede ser un buen complemento en los estudios de dendroclimatologia clásica basada en el análisis de los anillos de los árboles, afirman los investigadores.

En este sentido, se ha constatado que algunos factores climáticos que limitaron el crecimiento de estos árboles del Sistema Ibérico a principios del siglo XX han sido substituidos por otros distintos a lo largo de las últimas décadas, cuando las condiciones de crecimiento han sido más restrictivas, especialmente a causa del cambio climático (aumento de temperatura y menores lluvias durante los meses en los que más crece el árbol). Este hecho ha provocado que los árboles sincronizasen sus patrones de crecimiento, tanto respecto a la anchura de los anillos como a la composición química.

¿Los resultados obtenidos quieren decir que son falsas las reconstrucciones climáticas realizadas hasta ahora a partir de los anillos de madera? "No. Sencillamente, significa que en la estimación hay una cierta fuente de error que se debe tener en cuenta, incluso cuando se utilizan isótopos estables para reconstruir el clima. Algunas reconstrucciones puede estar desviadas, pero no todas, ni muchos menos", aclara Planells.

Los anillos de crecimiento registran todo tipo de acontecimientos ambientales puntuales (desde incendios a tempestades y plagas) con una precisión anual. De su estudio se encarga la dendroclimatologia, disciplina que también permite estudiar periodos climáticos, cambios ambientales y procesos más complejos y difíciles de medir como la evolución del clima. La dendroclimatologia establece relaciones entre series dendrocronológicas y series climáticas para describir qué variables atmosféricas favorecen o limitan el crecimiento de árboles en periodos concretos. Una vez identificadas estas relaciones es posible hacer el camino inverso y valorar los fenómenos meteorológicos de épocas pasadas sobre los que no existen registros instrumentales.

La dendrocronología no sólo se aplica en reconstrucciones climáticas, sino también en multitud de otros campos: desde la datación de maderas antiguas de edificios, barcos y obras de arte a estudios geomorfológicos de aludes, desprendimientos o terremotos o estudios de las perturbaciones ambientales sobre los árboles (incendios, plagas, erupciones volcánicas) o del retroceso de los glaciares.

martes, 21 de mayo de 2013

PARTES DE UN ÁRBOL.


COMO SON Y COMO VIVEN LOS ÁRBOLES Y ARBUSTOS

 Como se puede ver este es el comienzo el primero de una serie de entradas que nos enseñaran como viven los árboles y arbustos, lo resumo en árboles y arbustos por que son los mas utilizados para hacer bonsais.
Y por que este articulo, por que creo que conocer como viven los  bonsais y tener éxito en sus cuidados empieza por comprender  las diferentes acciones, a cual mas importantes de las que dependen todos los vegetales, y que las permiten vivir con garantía.
Iremos viendo poco a poco cada uno de los pasos que nos enseñaran y ayudaran a mantener sin apenas esfuerzo y garantia nuestros bonsais.


La función clorofílica
Recibe este nombre porque los seres vivos que la presentan necesitan tener clorofila, pigmento que da a los vegetales su color verde característico que les permite captar la luz del sol. La clorofila se almacena en unos orgánulos, los cloroplastos, situados en el interior de las células de los vegetales. La función clorofílica recibe el nombre de fotosíntesis, ya que el vegetal fabrica su propio alimento (síntesis) al captar la energía del sol (foto). Para que se produzca son necesarios tres requisitos básicos: — Agua y sales minerales, que el vegetal obtiene del suelo o de las aguas marinas o continentes donde vive. — Dióxido de carbono, que obtiene del aire o disuelto en el agua si el vegetal vive en este medio. — La luz solar, imprescindible ya que un vegetal verde privado de luz se muere al cabo de poco tiempo. Los productos que se obtienen de la fotosíntesis son: — La glucosa que es un azúcar simple y el principal producto orgánico elaborado por el vegetal. Después se transforma en almidón y otros azúcares más complejos. El almidón se almacena prácticamente en todos los vegetales verdes. — El oxigeno, gas que resulta vital para la respiración de los seres vivos. El efecto purificador de los vegetales se debe a que producen oxígeno, absorbiendo dióxido de carbono. Por todo ello se demuestra que los vegetales verdes fabrican materia orgánica a partir de materia inorgánica. Esta forma de nutrición se llama auto trófica  y los organismos que la presentan se les conoce como apóstrofos (autos = por sí mismos y trofos = alimentación). Por eso la fotosíntesis tiene una importancia decisiva en la cadena alimenticia de los seres vivos ya que es el primer paso del flujo de energía que partiendo del sol y a través de los vegetales llegará a otros seres vivos de la red alimenticia biológica.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Orientación de la forma de crecimiento de los árboles, en los diferentes niveles en los que se crean los estilos adaptados al diseño de bonsai.  

Orígenes del bonsai
En la antigüedad:
Con toda probabilidad, el origen del cultivo en contenedor surge de los beneficios que aporta la circunstancia de poder disponer fuera de su hábitat natural de todo tipo de plantas, de su facilidad de transporte y del hecho de que el cultivo en maceta proporciona un control absoluto sobre el proceso de crecimiento de la planta. Ya de civilizaciones tan antiguas como la griega, romana, babilónica, persa, hindú o egipcia se conservan registros que nos dan una idea mas o menos clara de como mantenían diferentes plantas en contenedores, y sobre todo por qué lo hacían. Y si bien es cierto que en la mayor parte de las ocasiones estos cultivos nada tenían que ver con lo que más adelante sería conocido como bonsái, es igual de cierto afirmar que prácticamente ninguna civilización se desarrolla completamente aislada, por lo que los avances de una suponen la base común de trabajo para las que la seguirán: buena parte de las técnicas que permiten al maestro japonés asombrarnos al mantener con vida en reducidos contenedores a sus pequeñas obras de arte durante generaciones han tenido un origen más distante y sorprendente de lo que podríamos suponer. A continuación comentamos algunos ejemplos.
.1 - Babilonia:
Mesopotamia es considerada como la cuna de las civilizaciones, algo que quizá pudiera ser discutido, pero lo que nadie puede poner en duda son los tremendos avances en agricultura, entre otras muchas cosas, que nos legaron aquellos pueblos. Por ejemplo desarrollaron todo un sistema de irrigación por surco e inundación que todavía se encuentra perfectamente vigente en la actualidad, miles de años más tarde. La civilización mesopotámica con sus imponentes zigurats, o pirámides escalonadas, desarrollaría la idea de los pensiles; auténticos jardines colgantes destinados a dar una idea de auténtica montaña. Este esfuerzo pudo alcanzar su máximo esplendor con los famosos jardines colgantes de Babilonia, de los que desgraciadamente no ha quedado ningún rastro. Los jardines colgantes de Babilonia, la antigua Babel bíblica, situada a orillas del Eúfrates fueron considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo. La historia de la ciudad se remonta miles de años en el tiempo, pero el periodo que nos ocupa se encuentra en los alrededores del año 600 antes de Cristo, tiempo después de que tras ser destruida casi completamente por los Asirios y éstos finalmente derrotados, fuera esplendorosamente reconstruida. Gobierna el rey Nabucodonosor II, el más famoso de todos los que llevaron su mismo nombre. Además de un gran guerrero y conquistador, este rey también es un magnífico arquitecto que ha creado una ciudad rebosante de monumentales construcciones. Solo puede encontrarse un problema; es una ciudad casi completamente plana, sin elevaciones destacables. Cuenta la historia que esto era algo que entristecía a Amitys, la esposa del rey, una princesa meda criada entre colinas de exuberante vegetación. Nabucodonosor no puede soportar ver así a su esposa y ordena traer enormes bloques de piedra, pues los ladrillos utilizados habitualmente no resistirían la humedad de la gigantesca construcción que tenía en mente: los jardines colgantes. Los jardines se realizan en piedra sobre bóveda y consisten en terrazas superpuestas a 15 metros de altura una de la otra, alcanzando una altura máxima de 90 metros. En cada terraza se deposita la tierra adecuada para plantar árboles, arbustos, flores, etc. Y finalmente se construye una máquina semejante a una noria para llevar agua hasta la terraza superior desde la que se riega todo el conjunto. En poco tiempo la vegetación resulta visible sobre la doble muralla de la ciudad: Nabucodonosor ha conseguido crear un monte de exuberante vegetación para su esposa. En el año 539 antes de Cristo, los persas conquistan la cuidad, lo que marca el inicio de su decadencia hasta el punto en que cuando Alejandro Magno la visita algo más de un siglo más tarde ésta ya tiene partes completamente en ruinas. La nueva conquista e incendio por parte de los partos de Evemero allá por el 126 antes de Cristo sellan su final. Esta es una de las leyendas que rodean la existencia de los famosos jardines colgantes. Personalmente la encuentro bastante atractiva, pero si no hay más remedio también po- demos buscar una explicación algo más prosaica: ya desde los tiempos de Hammuarabi el espacio comprendido entre la muralla interna y externa de la ciudad se encontraba permanentemente irrigado por toda una serie de grandes canales que, además añadir valor defensivo al sistema de murallas, distribuían agua por toda la ciudad, incluidos los famosos jardines. Que bien pudieran formar parte igualmente del sistema defensivo aportando reservas de alimentos en caso de asedio; en este caso no se trataría de jardines ornamentales sino de trigales, huertos y viñas. Todo un alarde tecnológico si tenemos en cuenta la época de la que hablamos. Escojamos la explicación que escojamos sobre los jardines colgantes, lo que resulta innegable son los avances en agricultura, jardinería y sistemas de irrigación que supusieron. Y la influencia que tuvieron éstos en las generaciones venideras.
.2 - Egipto:
Se conservan pinturas egipcias de unos 4000 años de antigüedad en las que se pueden ver diferentes árboles cultivados en recipientes tallados en la roca, o incluso imágenes de árboles siendo transportados entre templos. Y el simple hecho de que estas circunstancias fueran registradas en una época en que ni la escritura ni la pintura estaban al alcance de cualquiera debe darnos una idea de la importancia que estos acontecimientos debían tener en la cultura egipcia. Textos de la época nos cuentan como el faraón Ramses III donó a diferentes templos más de quinientos jardines, formados por olivos, palmeras datileras, lotos, diferentes herbáceas, etc., todos ellos cultivados en distintos contenedores. En este caso su función era parcialmente ornamental pues también se beneficiaban de sus frutos o propiedades medicinales.
1.3 - India:
Miles de años antes de que apareciera en Japón el primer bonsái ya nos encontramos con un tratado hindú, el “Vaamantanu Vrikshaadi Vidya”, en el que se describe el arte de cultivar árboles enanos y que posiblemente sea la base técnica del bonsái que hoy conocemos. La gran diferencia con el arte del bonsái actual radica en que mientras que para los japoneses, por ejemplo, se trata de algo eminentemente ornamental, en la cultura hindú resultaba de gran importancia, no únicamente para la ciencia botánica sino también para la medicina. En su época de mayor esplendor, los antiguos hindúes dominaban un vasto imperio que se extendía desde zonas costeras hasta las montañas más altas, con una increíble variedad climática que ponía a su disposición un no menos variado repertorio vegetal. Poco a poco los médicos hindúes fueron descubriendo las diferentes propiedades curativas que muchas de estas plantas, en ocasiones árboles de gran porte, podían ofrecerles. Aprendieron a utilizar árboles como por ejemplo la acacia, el tamarindo o el ficus, y de estos, cinco de sus partes: hojas, corteza, raíces, frutos y flores, mezclándolas para formar multitud de remedios. Resultaba natural que acabaran cultivándolos en un recipiente para mayor comodidad, pues era gracias a estos árboles en maceta que un médico situado, por mencionar algún lugar, en una región árida de la India podía disponer en todo momento de los elementos básicos necesarios en su profesión sin verse obligado a esperar que le fueran traídos desde sus lugares de origen. De este modo se fueron desarrollando las técnicas necesarias para mantener con vida en una maceta a lo largo de cientos de años árboles gigantes originarios de los climas más diversos.
1.4 - Europa:
Por otro lado en Europa se desarrolló una forma de arte que si bien poco tiene que ver con el bonsái guarda con él algunos puntos en común en el sentido de utilizar la planta, en ocasiones también cultivada en un contenedor, como elemento ornamental. Se trata del conjunto de técnicas y cánones estéticos que acabaría llamándose “Topiary” y por el que se podaban diferentes plantas de jardín con formas geométricas o incluso de animales (esferas, pirámides, conos, ciervos o elefantes son figuras típicas), manteniendo en ocasiones tamaños reducidos. Para hacernos una idea podríamos pensar en alguno de los setos minuciosamente recortados formando muros de separación de forma perfectamente regular que hoy en día todavía abundan en nuestros jardines. A grandes rasgos podría hablarse de una forma simplificada de topiary, y quizá ahí radique el origen del gusto occidental por los setos milimétricamente alineados. Parece ser que esta forma de expresión artística fue inventada por un allegado del emperador romano Augusto y ya hay escritos que demuestran que se practicaba comúnmente hacia el siglo I después de Cristo. El jardinero romano; topiarius, tenia un escalafón importante dentro de una sociedad que ya entonces debía adaptar sus obras a los costes del suelo sobre el que tenía que trabajar. Los jardines urbanos romanos eran interiores, patios cerrados en el interior de las casas que conforme se fue disparando el precio del suelo fueron reduciéndose en tamaño y obligando así al topiarius a aguzar el ingenio para sustituir el espacio por pinturas, falsas perspectivas y otros trucos destinados a engañar la vista. En los balnearios y termas eran frecuentes los jardines más paisajistas de inspiración griega y en las avenidas las alineaciones de árboles de sombra; como es el caso del plátano, que tenia un carácter casi sagrado para los romanos. Cipreses, bojs y tejos eran los árboles preferidos en las composiciones, pues son árboles que desarrollan follajes muy tupidos y por tanto se prestan a ser “esculpidos” con las for- mas más diversas. Es importante tener en cuenta que, a diferencia de un bonsái, en este caso no se desplazaban ramas, simplemente se favorecía el crecimiento lo más denso posible de una masa informe de verde para luego recortar la figura deseada de la misma forma que lo haría un escultor o un carpintero: eliminando lo que sobra. Quizá no sería hasta los alrededores del siglo XVI que este arte no alcanzó su máximo esplendor gracias a magníficos tejos cultivados en los jardines ingleses. Todavía se conservan algunos jardines cultivados siguiendo estas formas clásicas, pero en realidad la práctica del topiary cayó en desuso hacia el siglo XVIII a favor de unas for- mas de arte con aspecto menos artificial, quedando únicamente el gusto por los setos bien recortados. Es interesante compararlo con el tipo de arte practicado en China en que se cultivaban árboles en miniatura, y que, como veremos más adelante, se trata del ancestro directo del bonsái propiamente dicho. Ambos buscaban dar un aspecto artificial al árbol, todo lo contrario al gusto japonés. Pero mientras que en Europa se tendía a recargar las composiciones con la mayor cantidad de elementos posible, en China los espacios vacíos jugaban un papel tan o más importante que los cubiertos por vegetación. Una tendencia cultural que también se manifiesta en la pintura o la música, por citar un par de ejemplos.
2 - En China:
La primera mención del arte del bonsái en China, o por lo menos del embrión de lo que más tarde sería el bonsái, se remonta a la época de los Tsin, allá por el siglo III antes de Cristo, pero es difícil definir un origen exacto. El antiquísimo interés chino por la creación de jardines fue derivando con la sucesiva incorporación de rocas a éstos, hacia un interés por representar un paisaje en miniatura, y en ocasiones no tan en miniatura, pues algunas de estas colinas artificiales formadas por una acumulación de grandes rocas, tierra y vegetación, llegaban a tener decenas de metros. Conforme pasaron los años la obstinación por reproducir paisajes continuó en auge aunque la tendencia era reducir cada vez más la escala, pasando del paisaje tamaño jardín hasta un paisaje tamaño contenedor durante la dinastía Tang, allá por los siglos VII a X de nuestra era. Y del cultivo de paisajes en contenedor, al cultivo de un árbol individual no había demasiada distancia: se conserva una pintura de la época en que se puede ver a lo que parece ser una sirvienta llevando un bonsái con las dos manos sobre la tumba de Zhand Huai, segundo emperador de los Tang Wu Zetian. E incluso importantes poetas empiezan a hacer referencia en sus obras a los paisajes en miniatura.
Cuenta una antigua leyenda que existió una vez un poderoso mago chino llamado Fei Jiang-Feng capaz de encerrar en una urna casas, montañas e incluso bosques enteros. Teniendo en cuenta que en buena parte de las ocasiones estas leyendas suelen tener un cierto fondo de verdad, pude que en realidad haga referencia a uno de los pioneros en el arte del cultivo de árboles en miniatura. Por otro lado es completamente comprensible que fuera considerado como algo mágico, pues hasta hace relativamente poco tiempo las técnicas de cultivo eran poco menos que secretas, de hecho en lugares tan supuestamente civilizados e ilustrados como el París del siglo XIX, lugar en que hicieron aparición los primeros bonsáis llegados a Europa, éstos fueron considerados inicialmente maravillas, fruto sin duda de arcanas artes mágicas procedentes del lejano oriente. Con el transcurso del tiempo, la práctica del cultivo de paisajes en contenedor fue extendiéndose cada vez más y la prueba de ello es que cada vez van apareciendo referencias más numerosas en la literatura. De cualquier forma se trataba de un arte eminentemente destinado a la nobleza, o por lo menos a las capas altas de la sociedad. Resulta algo evidente, pues ningún campesino podría permitirse el lujo de un enorme jardín con paisaje, ni dispondría del tiempo necesario para su cuidado aunque se tratara de un paisaje en maceta. Al mismo tiempo que la práctica de cultivar paisajes en maceta ganaba adeptos, lo mismo sucedía con el cultivo de árboles individuales. Pinturas que datan de la dinastía Sung, (960-1280 de nuestra era) muestran cada vez con mayor frecuencia imágenes de plantas cultivadas en macetas profusamente decoradas. Las especies más comunes eran pinos, cipreses, bambúes, orquídeas o crisantemos. Durante esta época las plantas cultivadas en maceta recibían el nombre de “pun-wan”, pero en otros momentos de la historia fueron referidas como “pen-sai” o “pun-sai” e incluso en el periodo comprendido entre la dinastía Ming (1368-1644) e inicios de la Ching (1644-1911), el nombre usado para describir las plantas cultivadas en maceta con paisaje fue “pun-ching”, así que como se puede apreciar la denominación de estas pequeñas plantas ha sufrido gran cantidad de cam- bios con el paso del tiempo. Durante este periodo China vivió una época de relativa paz y prosperidad por lo que el interés por los paisajes en miniatura se extendió entre las di- versas capas sociales, apareciendo como un hobby popular en diversos tratados de botánica (en una obra del 1688 aparece referido como “pen-tsuai” que resulta el equivalente chino de la palabra japonesa bonsái, un término que pasó a ser usado como un verbo, con el significado de “plantar en una maceta”).
De este renovado y creciente interés surgieron multitud de estilos dependiendo de la zona geográfica, con nombres tan curiosos como: “Estilo pagoda”, “Estilo Lombriz”, “Estilo Dragón Danzante”, etc., nombres que, dejando a un lado lo sorprendentes que resultan, denotan el alto grado de artificialidad de las formas que exhibían los árboles a los que hacían referencia. Incluso hacia el final de la dinastía Ching se encontraba en boga la tendencia de conseguir formas que recordaran determinados ideogramas de la escritura china con un significado especial. El árbol debía sugerir un pensamiento. Estos estilos inusuales poco a poco fueron desapareciendo, pero aun así la escuela china de bonsái tiene tendencia a crear composiciones con un aspecto más artificial que la japonesa, con un mayor hincapié en el paisaje frente al árbol individual.
3 - En Japón:
La cultura japonesa siempre ha mantenido importantes contactos con China, siendo este país una de sus mayores influencias, por no decir la mayor. Existen referencias de esta interrelación en etapas tan tempranas como durante la dinastía Chin (226 – 206 antes de Cristo) con numerosos ejemplos; algunos tan curiosos como el caso de un famoso mago chino llamado Hsu Fu que fue enviado al Japón por un emperador a la búsqueda del Elixir de la Vida, fuera lo que fuera ese misterioso Elixir. Más adelante aparecen referencias de numerosos enviados japoneses recorriendo distintas regiones de China para aprender su cultura, además de numerosos contactos entre los distintos reyes y señores japoneses con los emperadores chinos. Tras la introducción del budismo en Japón alrededor del siglo VI de nuestra era, primero a través de Corea y más tarde directamente desde China, multitud de monjes se desplazaron hasta Japón, resultando éstos en buena parte de los casos grandes entusiastas del arte del bonsái. Por lo que posiblemente las primeras noticias sobre el cultivo de árboles en miniatura llegasen a Japón de mano de dichos monjes. De todas formas hemos de esperar hasta el siglo X para encontrar referencias en la literatura japonesa que mencionen la recolección de árboles en miniatura de la naturaleza. Al parecer no se conservan los textos originales, sino un texto que menciona a otro en el que se hablaba del tema, por lo que hay que tomárselo con algo de cautela, pero teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde que los primeros aficionados constatados empezaron a circular por Japón tampoco es demasiado arriesgado concederles algo de credibilidad. Las primeras alusiones directas al bonsái que nos han llegado pertenecen al periodo de Kamakura (entre los siglos XII y XIV) y entre otras destaca una obra bastante célebre, que combinando caligrafía y pintura, ilustra la vida del monje budista Honen Shonin, fundador de la secta budista Jodo y al parecer gran entusiasta del bonsái. En esta obra, que data aproximadamente del siglo XIII, se pueden contemplar diversas pinturas de bonsáis, pero lo realmente interesante es que está haciendo referencia a la vida en el Japón del periodo Heian (794-1191) lo que nos lleva a pensar que el arte del bonsái ya existía bastante antes de el periodo en que se escribió el texto. Los datos que tenemos indican que aunque las técnicas empleadas en este periodo eran notablemente avanzadas, el gusto de las clases altas, que a fin de cuentas eran las que practicaban este arte, tendía a la formación de árboles de una artificialidad rayando lo grotesco. Otra referencia que se puede destacar es una obra de teatro Noh, escrita sobre el siglo XIV, que cuenta como un samurai pobre recibe un día la visita de un shogun viajando de incógnito, y sacrifica lo que debían ser sus únicas posesiones de valor, sus tres bonsáis, quemándolos para que su huésped no pasara frío. Dejando a un lado cualquier otra consideración, esta obra nos permite constatar como la cultura del bonsái se encontraba extendida ya por todo Japón, y además el hecho de que uno de los tres bonsáis fuera un pino nos permite aventurar que ya se apreciaba al árbol por su forma y no simplemente por sus flores o frutos. El pino siempre ha tenido un papel muy destacado en la cultura japonesa del bonsái con una importante carga simbólica. El pino representa la longevidad, pero además según su forma puede simbolizar multitud de cosas; como ejemplo se puede mencionar un estilo no clásico que en ocasiones se denomina “La mano de Buda”, y que a grandes rasgos podría considerarse como una variante del estilo vertical informal. En este tipo de bonsái la suave curva de su tronco y la particular forma arqueada que toma la copa da realmente la impresión de una mano cubriendo aquello que se encuentre en su base; representa la mano protectora que Buda extiende sobre el hombre. Hoy en día no quedan muchos ejemplares pero en otros tiempos solía colocarse en la entrada de los jardines como sig- no de bienvenida. Con el transcurso de los años el arte del bonsái se fue popularizando sobretodo en el periodo Edo (1603-1867), periodo en el que el Japón feudal conoció una cierta época de paz y prosperidad que hizo que todas las formas de arte florecieran y se extendieran. De hecho, sería a mediados de este periodo en que tanto las técnicas de jardinería como de paisajismo alcanzarían su máximo esplendor con una increíble variedad de plantas cultivadas. El arte del bonsái no fue una excepción. Existen referencias que hablan de lo que podríamos considerar un congreso de artistas, estudiosos de los clásicos chinos y poetas que tuvo lugar en las inmediaciones de la ciudad de Osaka a principios del siglo XIX con el propósito de discutir las técnicas y estilos más recientes en el mundo de los árboles en miniatura. Según parece a esta reunión le debemos la decisión de usar la palabra “Bonsái” para referirnos a un árbol cultivado de forma artística en maceta. Por fin el bonsái iba saliendo poco a poco del dominio absoluto de las capas altas de la sociedad para irse asentando como un hobby cada vez más popular. Y buena prueba de ello son los cada vez más numerosos centros de jardinería y escuelas que surgieron a partir del siglo XIX. A mediados-finales de ese siglo la tendencia aislacionista del gobierno empezó a cambiar; en realidad tampoco es que cambiara sino más bien que finalmente consiguieron derrocar el gobierno feudal instaurando otro de corte más moderno. Se inició una época de occidentalización en el que los contactos con Europa se multiplicaron. Los occidentales llegados a Japón quedaron cautivados por las formas más artificiosas del bonsái (quizá por que esa había sido la tendencia tradicional europea en jardinería) y por tanto en los alrededores de la ciudad de Edo, el actual Tokio, se formó una próspera industria destinada a producir en grandes cantidades pequeños árboles con formas a cual más extraña. Kyoto y Osaka representaban la escuela clásica y por supuesto en seguida protestaron enérgicamente, despreciando ese tipo de obras destinadas al consumo exterior. Parece ser que con el tiempo consiguieron salirse en parte con la suya pues los trabajos producidos en Edo fueron derivando hacia unas formas más elegantes. El final del siglo XIX y el inicio del XX significo el desarrollo de una nueva y relativamente pudiente clase social dedicada al comercio que impulsó definitivamente el arte del bonsái, incrementando enormemente la demanda tanto internamente como para la exportación. Aparecieron verdaderos profesionales dedicados a extraer material prometedor de las montañas pero gradualmente como es lógico las fuentes se fueron agotando; el número de árboles miniaturizados de forma natural por las duras condiciones de vida que les habían tocado era limitado y finalmente se agotaron. Esto llevó a la aparición de un nuevo tipo de industria: los centros especializados en el cultivo de material apto para ser convertido en bonsái. No es que antes no hubieran existido centros de jardinería; hay referencias hasta de unos doscientos años antes, pero la diferencia es la escala y el número de éstos que surgieron. Aparecieron así los primeros pre-bonsáis, materiales listos para ser trabajados y convertidos en verdaderos bonsáis por los maestros de la época. Durante la era Meiji (1868-1912) se produjo el inicio de lo que se podría considerar como el bonsái moderno, e incluso el propio emperador lo impulsó como un arte nacional, oficializando definitivamente el término “bonsái”. Las tendencias en este “bonsái moderno” son realizar mayoritariamente obras de tamaño medio, fácilmente transportables con dos manos, frente a los grandes árboles de periodos anteriores, además de tratar de alcanzar la belleza natural del árbol con obras muy alejadas de los artificiales estilos de antaño. Al mismo tiempo esta nueva etapa del bonsái significó su consagración definitiva como hobby destinado a todas las capas sociales. Un acontecimiento muy destacable en el mundo del bonsái tuvo lugar tras una serie de terribles terremotos acaecidos en 1923. Muchos de los cultivadores y maestros afincados en Tokio se trasladaron a una pequeña localidad llamada Omiya, fundando lo que hoy en día se conoce como “la ciudad del bonsái”, el centro neurálgico de este arte. Todavía hoy es el lugar de referencia en el que se concentran una mayor cantidad de talentos, una verdadera Meca del bonsái que todo profesional o aficionado sueña con visitar alguna vez. Hay quien afirma que el periodo comprendido desde 1914 hasta la actualidad se corresponde con una edad de oro en el mundo del bonsái, pues está alcanzando cotas de desarrollo jamás soñadas con anterioridad. Tal vez sea cierto, o tal vez no, pero sí resulta evidente que tras nacer y desarrollarse en China, Japón ha sabido adaptar este arte aportando su propia personalidad y carácter. El bonsái japonés tiende a ser suave tanto en la forma como en el sentimiento que transmite, con un carácter marcadamente natural y armonioso. En China, por el contrario, tanto formas como sensaciones son más dramáticas e intensas; los árboles son más estilizados, con menos ramas y ángulos mucho más marcados. Su carácter es tal vez menos natural pero en ocasiones mucho más impresionante.
En Occidente:
Como ya vimos con anterioridad, el periodo de occidentalización ocurrido en el Japón de mediados del siglo XIX despertó el interés de los europeos por la cultura del bonsái; no hay forma de saber cuántos ejemplares llegaron hasta Europa fruto de este interés, ni cuantos sobrevivieron más de unos pocos meses. Probablemente no demasiados, si tenemos en cuenta las primeras teorías un tanto ingenuas que surgieron para tratar de explicar un fenómeno a todas luces imposible según los conocimientos occidentales. Las primeras colecciones propiamente dichas fueron presentadas en Europa en la Exposición Universal de París, en el año 1878, con gran éxito. Para el año 1907 hay referencias a una pequeña colección permanente en Inglaterra; y no fue hasta 1909 en que se produjo en Londres la primera exposición propiamente dicha. Las reacciones fueron diversas, pero siempre con grandes dosis de sorpresa. La mayoría quedó cautivada por su belleza, pero también se alzaron voces hablando sobre las horribles crueldades supuestamente practicadas sobre los árboles. Teniendo en cuenta que en aquel entonces poco o nada era lo que se sabía sobre las técnicas de cultivo, resulta sorprendente repasar la variedad de teorías emitidas al respecto, algunas francamente hilarantes. Se habló de recortes de hojas, de vendajes alrededor del árbol similares a aquellos con los que se impedía el crecimiento de los pies de las princesas siguiendo los cánones de belleza oriental de la época, de confusas teorías botánicas por las que un árbol situado bocabajo se injertaba sobre otro situado en una posición normal para así poder obtener raíces en la parte superior tal y como parece que existen en los estilos de cascada, e incluso se habló de magia. Es más, el mismo hecho de que la gran mayoría de bonsáis llegados a manos occidentales perecieran al poco tiempo contribuyó a reforzar la idea de que debía existir algún tipo de misterio en su origen. Durante la Primera Guerra Mundial el bonsái volvió a caer en el olvido para el mundo occidental, algo por otra parte totalmente comprensible pues tenían entre manos otros problemas más acuciantes. En el periodo entre guerras resurge de nuevo el interés por estos arbolitos, escribiéndose los primeros tratados serios sobre el tema en occidente. Se cuenta que Paul Claudel siendo embajador de Francia en Japón fue sorprendido en más de una ocasión sentado ensimismado delante de un pequeño bosquecillo de arces. El propio embajador explicó más tarde que contemplando esos árboles no podía evitar imaginarse a él mismo junto a uno de esos arces y que en ocasiones casi podía llegar a oír el gorjeo de los pájaros en sus ramas. Sea como fuere, la Segunda Guerra Mundial puso punto y final a este renovado interés durante otros cinco años. Tras la guerra el bonsái reapareció de nuevo, sobretodo en Estados Unidos debido a la gran cantidad de tropas que mantenían estacionadas en Japón. En no pocas ocasiones el soldado volvía a casa con algún pequeño arbolito y una nueva afición. Afortunadamente, desde entonces el bonsái no ha dejado de extenderse por los cinco continentes y hoy en día en casi todos los países pueden encontrarse multitud de asociaciones que están aportando nuevas ideas, estilos y formas de entender este arte.
Quizá sea realmente cierto que estamos viviendo una época dorada en el mundo del bonsái.